LLORAR NOS DA LA VIDA
Las plañideras eran esas mujeres que eran llamadas para llorar en los entierros. La palabra deriva de plañir, o lo que es lo mismo, gemir, sollozar o llorar. Se entregaban a la húmeda tarea de recordar las virtudes y querencias de la persona muerta.
Por un lado, solemos reconocer lo bien que nos viene una buena “plorera” y, por otro, hay una gran resistencia social a considerar el llanto como un elemento fundamental en la adaptación a los cambios que suponen pérdidas. Aún a sabiendas de que todos los cambios suponen pérdidas.
Si lo pensamos con detenimiento lo que nos da la vida no es el nacimiento, si no el llanto inmediatamente posterior que pone en funcionamiento todo el complejo sistema que llamamos organismo o cuerpo humano. «Llorar nos da, literalmente, la vida.»
Retener el llanto exige una energía muscular de contención brutal. También requiere un enorme gasto de energía psicológico. Cuando lloramos liberamos toda esa energía contenida y damos la posibilidad de ponernos, de una vez, manos a la obra con lo que es necesario hacer. Si nos retenemos una y otra y otra vez, toda la energía necesaria para “hacer” se nos va en “no hacer” en “NO llorar”.
Lloramos lo que no podemos decir, lo que no tiene palabras para ser dicho en un momento determinado. Pero que no tenga palabras no significa que no pueda ser entendido por otro.
Lloramos para comunicar aquello para lo que el lenguaje no tiene significantes.
Quizás la gente diga que: “ hay que llorar pero que mejor que no me vean hacerlo”. Puede que físicamente no estés en contacto con nadie mientras lloras, pero casi seguro que en vuestro pensamiento hay alguien. Y es que sólo las personas profundamente deprimidas lloran en total soledad. Las demás lloramos “en compañía” física o mental con alguien.
«Así que lloremos y tiremos para adelante.» Equipo PiN
Fotografía: ©️ Lela Beltrao