Como cada año la primavera asoma, la luz deja a la vista los restos del largo invierno.
Ha sido, o a mí me lo ha parecido, un largo invierno de cambios, reorganización, pérdidas, abandonos, que ahora parece van dejando espacio para que nuevos proyectos, ideas, deseos puedan ir tomando forma y sentido.
El día a día es un proceso continuo de destrucción y construcción de gestals. Algo tiene que marchitarse y morir para que otro sentido tenga posibilidad de emerger.
Hablar de luz y vida supone un proceso previo de oscuridad y muerte. Un proceso de siembra, fertilización, cuidados, paciencia y mucha fe; al final algo germinara. A veces los bulbos enterrados y mimados eclosionan de un color inesperado; los queríamos rojos, y todo este tiempo en nuestra fantasía lucían así y aparecen amarillos. El amarillo siempre había sido un color a evitar, nunca antes nada había sido de ese color tan escandaloso.
Y hoy luzco mi nueva chaqueta amarilla, mis calcetines de girasoles hacen juego; de arriba abajo aún hoy la novedad y la construcción tienen sentido.
Imprescindible en todo este proceso el jardinero, la tierra, el agua, el aire, el sol… Como lo son los que acompañan y apoyan esa nueva imagen coloreada de amarillo.