La semana pasada realizamos en la Universidad Miguel Hernández de Elche el curso «El arte de colorear la vida». Cada vez que comienza un curso hay un cúmulo de sensaciones, expectativas, temores, ilusiones, deseos que van desarrollándose y tomando forma cuando todo comienza; cuando llega el lunes son las 9,00 de la mañana y los asistentes van llegando. Y poco a poco cada uno de nosotros se fue transformando en un rostro, en un cuerpo, en una voz.
Ha sido una semana muy intensa donde entre todos hemos construido un espacio privilegiado donde explorar, sentir, expresar un amplio abanico de emociones. Hemos vivido momentos de alegría a través del juego y la risa. Momentos de tristeza con algunas vivencias. Miedo ante la incertidumbre de que será esto, donde nos va a llevar. Enfado y rabia ante situaciones dolorosas que a veces nos persiguen desde hace años. Vergüenza ante las miradas de desprecio y no reconocimiento que llevamos incrustadas en nuestra memoria. Y afecto mucho afecto que ha propiciado un clima lo suficientemente confortable para que todas las experiencias hayan podido tener cabida.
A veces nos puede parecer mágico como en tan solo cinco días, once personas pueden pasar del absoluto desconocimiento al compartir, apoyarse, reconocerse. Pero todos los que hemos compartido este tiempo sabemos de lo que cada uno hemos puesto, de lo que hemos mostrado a cerca de nosotros, de lo que hemos ido sintiendo y que ha dado forma a cinco días intensos, ricos y nutritivos para el crecimiento personal.
El último día antes de marcharnos Laura nos leyó este poema de Mario Benedetti, que recoge parte de la esencia del trabajo con las mociones.
Cuerpo docente – Mario Benedetti
Bien sabía él que la iba a echar de menos
pero no hasta qué punto iba a sentirse deshabitado
no ya como un veterano de la nostalgia
sino como un mero aprendiz de la soledad.
Es claro que la civilizada preventiva cordura
todo lo entiende y sabe que un holocausto
puede ser ardua pero real prueba de amor
si no hay permiso para lo imposible.
En cambio el cuerpo
como no es razonable sino delirante
al pobrecito cuerpo
que no es circunspecto sino imprudente
no le van ni le vienen esos vaivenes
no le importa lo meritorio de su tristeza
sino sencillamente su tristeza.
Al despoblado desértico desvalido cuerpo
le importa el cuerpo ausente / o sea le importa
el despoblado desértico desvalido cuerpo ausente
y si bien el recuerdo enumera con fidelidad
los datos más recientes o más nobles
no por eso los suple o los reemplaza
más bien le nutre el desconsuelo.
Bien sabía él que la iba a echar de menos
lo que no sabía era hasta qué punto
su propio cuerpo iba a renegar la cordura.
Y sin embargo cuando fue capaz
de entender esa dulce blasfemia
supo también que su cuerpo era
su único y genuino portavoz.
Gracias a todos por haberlo hecho posible.